Los nombres del Tourmalet

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1967

Hubo un tiempo que el Tourmalet, la cima posiblemente más celebrada del ciclismo mundial, era tierra virgen, un territorio inexplorado, repleto de peligros, animales salvajes, grandes precipicios y frágiles caminos confluyendo hacia la cima.

Ávidos por nuevos atractivos, los mentores del recién creado Tour de Francia, miraron las montañas como sus grandes aliadas en el sustento del espectáculo que acaban de ver nacer. Querían algo grande, algo memorable. Primero se fueron a los Vosgos, y descubrieron el Ballon d´ Alsace, posteriormente viraron a los Pirineos. Pidieron sondear la cordillera fronteriza.

Henry Desgrange, el personaje más relevante de la prehistoria del ciclismo, propuso a su joven, diminuto pero inquieto redactor, Alphonse Steinès que hiciera el petate y se fuera a las estribaciones de lo que se conocía como el Tourmalet para chequear el estado de los caminos que llevaban hasta su cumbre.

Si Steinès era capaz de subir y bajar el Tourmalet, el Tour entraría entre aquellos valles. Steinès hizo caso proverbial y se puso en ruta. Aparcó su coche a cuatro kilómetros de la cima y prosiguió a pie, desafiando la noche y las nieves del lugar. Pasó las penas del purgatorio, pero lo consiguió, hizo cima y lo comunicó a Desgrange.

El Tourmalet ya era patrimonio ciclista. Al año siguiente, año 1910, Octave Lapize era el primero en la cumbre del Tourmalet, una escultura recuerda su gesta, seguido de Gustave Garrigou, quien ese día no puso pie al suelo en toda la ascensión, un logro que sobrevive al paso del tiempo por su dificultad. Fue día que Lapize llamó asesinos a los dueños de la carrera. La temeridad se convertiría en leyenda.

Cien años después, el lugar vivía con fervor el aniversario de tal efeméride, planteando una etapa con final arriba. Fue el día del todo o nada de Andy Schleck, en blanco de mejor joven, frente a Alberto Contador, en amarillo efímero. No se dejaron, y mira que lo intentaron.

Desde la misma base, Andy planteó la ascensión entre las nieblas del sitio como una propuesta de martirio ante su rival. Lo probó de todas las maneras, rápido se quedaron solos y solos llegaron arriba, donde ganó el luxemburgués, con la aquiescencia del madrileño, que sería desposeído del título meses después.

Andy Schleck fue un nombre del Tourmalet, pero hubo otros, algunos incluso nadando río arriba, por aquellas vías preindustriales que llevaban a la cumbre. El 17 de julio de 1933 Fermín Trueba era conocedor del nuevo premio que Desgrange había reservado para los mejores escaladores de la carrera, nada menos que 10.000 francos, gentileza de la firma Martini et Rossi, junto al premio final del Gran Premio de la Montaña, otros 35.000 procedentes de las arcas de chocolates Menier.

Trueba sube el Tourmalet siempre en cabeza, nunca cae más allá de la cuarta plaza del grupo hasta que vuela, emerge solo hacia la cima y saca distancias antológicas en la misma: cuatro minutos a Antonin Magne y el doble a Learco Guerra.

En el Tourmalet, Indurain accedió al olimpo en dos pasos. En 1990, todo el Tour ayudando a un Perico que definitivamente se vino abajo en la gran jornada pirenaica. Sabedor que el Tour estaba perdido el segoviano suelta la rienda a su compañero que vuela en el Tourmalet con Lemond hacia Luz Ardiden. Al año Miguel aprovecha el descenso del gigante como rampa de lanzamiento hacia su primer Tour. Estaba escribiendo historia con mayúsculas.

Veinte años antes Eddy Merckx vistió de venganza su ascensión al Tourmalet. Desposeído de su Giro, por un positivo prendado de mil dudas, el belga se toma muy en serio el Tour. De amarillo y motivado, Merckx vuela sobre las pendientes parcheadas del Tourmalet. Su compañero de equipo Martin den Bossche marca el ritmo, Gandarias y Poulidor le miran hasta que se va. Tenía ocho minutos en la general, más que suficientes para cualquiera, no para él.

En el Tourmalet, los grandes estuvieron al límite en algún momento. En el 38 Gino Bartali padecía el azote de la maña suerte. Llegaba tocado a la gran jornada de los Pirineos. En el Tourmalet se queda rodeado de rivales, le ponen en la cuerda, varias veces, además, le atacan por doquier, en especial Gianello. Gino encaja y encaja hasta que contrataca, corona y se va solo a Saint Marie de Campan. Iba camino de ganar su primer Tour, diez años antes que el segundo.

Para esos años, los primeros tras la segunda guerra Mundial, el Tourmalet viviría el dominio de Jean Robic, primero tres veces en la cima, aunque el capo del lugar fue un toledano del mismísimo Alcázar, Federico Martín Bahamontes, que tenía en el Tourmalet su amuleto. Pasó cuatro veces por delante, tres de ellas de forma consecutiva y una de ellas con una historia peculiar.

El año 1964, Fede corre su último Tour, es el foco de las miradas, pero Julio Jiménez va como un tiro. Los dos se ponen mano a mano camino del Tourmalet, abren hueco, hacen daño. Pasan por la cima los dos solos con cinco minutos y medio sobre el alemán Junkermann. Un mundo.

Jiménez, Bahamontes, luego vendrían Francisco Galdos, Lucien Van Impe, Richard Virenque,, Robert Millar, Tony Rominger,… es el Tourmalet, la cima de las cimas, la franquicia del Tour y del ciclismo.

Aquí sólo han pasado cosas importantes, pero ninguna como la de Octave Lapize, vuelta a los orígenes, el primer “coronador” del Tourmalet, en cuya memoria se erige una escultura, enorme, de 350 kilos y dos metros y medio de alto, se llama “Octave” y es la estampa que todos buscan cuando en las últimas rampas el Tourmalet te aprieta hasta la extenuación.

 

Iván Vega (El Velódromo y El Cuaderno de Joan Seguidor).

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